Como ya he criticado en una entrada anterior, hay bastantes cosas que no me cuadran dentro del paradigma monógamo convencional, una de ellas es el odio hacia los posibles o reales competidores ilegítimos, los amantes.
La ideología monógama establece que el interés afectivo-sexual sólo puede darse hacia el individuo con el que están emparejados (o al menos debe evitarse todo contacto romántico-sexual con quien no sea la pareja). Esta exclusividad es teóricamente una muestra de amor y, por consiguiente, no practicar esta exclusividad indica que la persona no está verdaderamente enamorada ni guarda el debido respeto por su pareja.
Ahora bien, estas condiciones son un “contrato” que se establece (que se da por hecho, generalmente) para con la persona con la que te encuentras emparejada, no con los amigos, compañeros, conocidos o desconocidos. Entonces, ¿qué responsabilidad tiene el amante o el rollo de una noche con respecto al “contrato” de los individuos que no son su pareja? ¿Por qué habría de culpársele a él/ella de que la persona con la que mantiene una relación esté faltando a su palabra para con otra persona?
No dejo de ver y oír reproches hacia esas personas (generalmente mujeres) tales como que son culpables de destrozar una pareja/familia, y digo yo ¿acaso la pareja/familia no estaba rota desde antes de que el rollo o amante entrara en escena? ¿Acaso la culpa no habría de corresponder íntegramente a la persona que ha puesto los cuernos a su pareja, pues ese acto no es (en teoría) más que un síntoma de que no estaba verdaderamente comprometida con la relación?
Culpar al amante de seducir al hombre o mujer comprometidos es análogo a culpar a la víctima de una violación de provocar a su violador. Es el emparejado el que tiene teóricamente el deber de no engañar a su pareja: el amante no está engañando a nadie, porque nunca ha prometido nada. Más aún, si la figura del amante -o individuo cualquiera con el que se ha tenido una aventura puntual- ha de suscitar algún sentimiento, éste habría de ser el agradecimiento: es gracias a ella/él que puedes descubrir que tu pareja no te ama ni respeta (según la lógica monógama), es gracias a los “competidores” que tratan de seducir a tu pareja como puedes cerciorarte de que ésta está o no verdaderamente enamorada de ti, en función de si los acepta o los rechaza. Cuanta más gente ande detrás de tu pareja, más pruebas de su compromiso obtendrás.
No obstante, cabría una posibilidad según la cual la violación de estas “condiciones de noviazgo” por parte de una persona ajena pueda ser lógicamente condenable: que el noviazgo/matrimonio se conciba como un contrato de propiedad, no como una mera promesa de lealtad y respeto entre dos personas. Sólo en este caso mencionado es reprochable la acción de un amante, en tanto que su aventura sería un ataque a la propiedad privada. Sin embargo, esta concepción conllevaría que los individuos implicados en el contrato son objetos alienables, no sujetos responsables de sus acciones (lo cual es de por sí contradictorio, pues supone que los dos individuos son y no son sujetos y objetos al mismo tiempo).
Como tantos otros temas, éste no se libra de una perspectiva de género. Basta analizar en los medios audiovisuales la figura del amante y la amante, el marido infiel y la esposa infiel, así como los reproches que suscitan los cuatro tipos de individuos, para reparar en la diferente consideración que se tiene de los mismos en función del género. Si bien todos esos individuos son culpabilizados, la mujer suele llevarse la peor parte. Como ya he mencionado antes, a menudo se culpabiliza a la amante de un hombre comprometido por seducirlo, restándole así a él responsabilidad sobre sus acciones. Sin embargo, escasas veces se culpa al amante varón por seducir a la mujer, pues “como todos sabemos” es la mujer la que provoca, la que debe cuidarse de no tentar al varón con su cuerpo libidinoso.
Con respecto a los reproches o ataques la diferencia es análoga: a las amantes se las suele culpar, como ya he mencionado, de destrozar familias. Son ellas las culpables de provocar a los maridos ajenos causando que las víctimas de sus encantos falten al compromiso monógamo con las “mujeres de bien”: sus legítimas esposas. Los amantes, por su parte, suelen recibir ataques más virulentos por la invasión de un territorio ajeno. La existencia de un amante es una ofensa para el novio/marido en tanto que este individuo le está burlando la propiedad que le pertenece legítimamente, el cuerpo/sexualidad de su pareja. Basta reparar en lo común que es que un baboso se te despegue más fácilmente si le dices que tienes novio que si simplemente lo rechazas, incluso reiteradamente, o bien que, cuando se lo dices con tu novio delante, se disculpe ante él en vez de ante ti.
Por supuesto, existen muchos otros reproches con respecto a los y las amantes y más hoy en día, muchos de los cuales son iguales para ambos sexos; no obstante, desgraciadamente, la diferencia de género mencionada sigue vigente implícita o explícitamente en una gran cantidad de situaciones.