lunes, 4 de marzo de 2013

Comprender no es justificar

En ocasiones se ha puesto en duda mi compromiso para con el antiespecismo, feminismo u otras luchas contra otras formas de discriminación por no exasperarme con aquellos que tienen algún tipo de opinión o actuación contraria y/o discriminatoria o incluso por oponerme a que sean tratados por otros de esa forma. En vez de partir de una posición defensiva, cuando mi paciencia me lo permite, trato de comprender por qué piensan como piensan y entablar un debate respetuoso en el que le muestre mi postura buscando los posibles puntos en común. Al parecer, eso me coloca en el lugar del opresor por “tolerar” su comportamiento, me convierte en una bienestarista. 

Sin embargo, simplemente trato de rechazar, en la medida de mis posibilidades, esa visión maniqueísta del mundo. Trato de no personalizar al enemigo ya que, desgraciadamente, los verdaderos enemigos son una fuerza invisible mucho más poderosa que un grupo delimitable de individuos: son los prejuicios y su inagotable capacidad de propagación. 

Cuando presenciamos o somos informados de casos de padres irresponsables, maltratadores o discriminadores sentimos lástima por los hijos que criarán, por las ideas que les inculcarán o por la violencia que sufrirán. Sin embargo, cuando esos niños llegan a la adolescencia o adultez y algunos proyectan en sus actos u opiniones esa educación y valores que han heredado, la mayoría de la gente olvida por completo esa lástima considerando al individuo como único responsable de que piense como piensa y actúe como actúa. Parece como si el libre albedrío de un ser humano adulto fuese claro y absoluto (así como los conceptos de Bien y Mal) y no estuviese para nada determinado o condicionado por la cultura (propia y colectiva) en la que se ha formado. Pero entonces, ¿por qué sentimos lástima por la educación que recibirá el niño o niña, si en cuanto desarrolle su capacidad de reflexión rechazará esas ideas inculcadas por su entorno (en caso de que sea una buena persona, claro; si es una mala persona continuará adscribiéndose a esas ideas, pero la culpa será sólo suya)? 

En caso de que eso fuese como esa gente lo ve, y que el que sea o no prejuiciosa no dependiese de la educación recibida, ¿no significaría esto que las malas y buenas personas nacen ya como malas o buenas personas –pues si su entorno no influye en su libre elección, el que unos se decanten por la “maldad” y otros por la “bondad” habría de ser algo genético- y por tanto tampoco así son responsables de sus actos u opiniones? Lo enfoque desde donde lo enfoque no logro encajar el concepto de culpa. 

Es por ello que ante una opinión sexista, xenófoba, especista, etarista, gordofóbica… trato de analizar primero sus palabras en busca de puntos en común, antes de rechazarlo, marginarlo y vituperarlo por mostrarse prejuicioso con respecto a algo. Si veo que las premisas desde las que parte son cualitativamente distintas a las mías (como en el caso de las personas que basan la legitimidad de sus argumentos en cuestiones espirituales o religiosas) ni me molesto en intentar debatir, pues no veo la forma en que podamos llegar a ningún acuerdo partiendo cada uno de axiomas en los que el otro no cree. Tampoco me molesto cuando veo que lo único que busca la otra persona es ofenderme con insultos y otras faltas de respeto. No obstante, en los restantes casos la comprensión me ha dado buenos frutos en algunas situaciones, logrando incentivar la reflexión sobre actitudes y formas de discriminación que antes no se habían planteado gracias a evitar una actitud defensiva como resultado de un juicio acusatorio y desacreditador. Y es por eso que a veces, aún quemada de volver a oír los mismos argumentos que considero falaces, me muerdo la lengua e intento ser clara pero educada por una cuestión estratégica. Porque es contra un prejuicio contra el que estoy luchando, no contra una persona; y por tanto no se trata de destruir a la persona sino a sus esquemas de pensamiento, que difícilmente se cambian por medio del insulto. 

No digo que siempre sea educada ni me creo mejor por no buscar culpables. Al igual que soy comprensiva con los demás también lo soy conmigo misma (que antes que activista soy persona), entendiendo que a veces puedo enfadarme por formas de pensar y actuar que rechazo y reaccionar con rudeza. Simplemente, por mi cosmovisión del mundo y por el bien de la causa que defiendo y de la que –desgraciadamente- soy a menudo vista como representante por mi interlocutor, trato de dejarla en el mejor lugar, buscando el mayor acercamiento a mi postura en el pensamiento del otro y no exasperándome también por mi propio bienestar. 

Todo esto tampoco implica que rechace la violencia bajo cualquier circunstancia, pues no soy una pacifista “mal entendida”. La violencia me parece legítima siempre y cuando sea un medio necesario y el más apropiado para lograr un fin justo. La cuestión es que muchas veces, aunque lo más apropiado para lograr un objetivo inmediato sea la violencia, resulta perjudicial a la larga para el avance del movimiento, y por ello hay que valorar no sólo los logros a corto plazo sino especialmente a largo plazo, es decir, hay que estudiar una estrategia. Como he dicho en el título, comprender no implica no posicionarse y tolerar. Comprender no es justificar. 


3 comentarios:

  1. Ostia, hacía mucho tiempo que no me identificaba tanto con el enfoque de los temas y las reflexiones de alguien. Un descubrimiento! salud

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por los comentarios! :)

    ResponderEliminar