La santa y la puta, esa eterna dicotomía femenina que el imaginario social todavía no ha abandonado. Algunos sexistas reivindican y otros se quejan, sintiéndose discriminados, del pedestal en que a veces es erguida la mujer; pero lo cierto es que ese pedestal es un corpiño de hierro que no eleva a la mujer, sino a la imagen ideal que el imaginario patriarcal proyecta sobre ella: madre abnegada, ama de casa omnipotente, esposa dulce y dócil, mujer “recatada” pero atractiva, etc. En el momento en que desobedece alguno de los mandatos sociales que pesan sobre su género caerá irremediablemente de ese trono para ser tildada como su antagónica: la zorra.
Y es que zorra o puta no es más que aquella mujer que se niega a cercenar su sexualidad en el papel pasivo que la sociedad le impone, además, con mandatos contradictorios: si te acuestas conmigo eres una mujer fácil, si no lo haces eres una estrecha; si te vistes de forma provocativa eres una puta, si no te vistes de forma femenina eres una marimacho; si cumples mis fantasías sexuales eres una guarra, si no lo haces eres una aburrida; si no cumples con los cánones estéticos de poco vales, si gastas el tiempo y recursos necesarios para poder cumplirlos eres una superficial, etc.
Pero ¿por qué, si eres mujer, disfrutar de tu propia sexualidad sin hacer daño a nadie (sino al contrario) merece el vituperio social? Pues, entre otras cosas, por la idea tan antigua y complementaria de esta dicotomía, de que el cuerpo y sexualidad femeninas son un pecado, una tentación hacia el hombre de la que las mujeres son responsables y, como tal, de él han de expiarse. Para los que crean que exagero y son cosas del pasado u otras sociedades, basta reparar en la común culpabilización de muchas mujeres violadas o acosadas: “si es que lo iba pidiendo”, “eso te pasa por emborracharte”, “si no querías acostarte con él no deberías haber flirteado”, “no deberías haber salido sola por la noche”, “¿si no quieres que te digan guarradas para qué te vistes así?”, etc. ¿Acaso el cómo vaya vestida una mujer atenúa o invierte la responsabilidad del acoso o la agresión sexual? ¿Acaso la ebriedad justifica la manipulación o forzamiento de la persona? ¿Acaso la mujer violada es culpable por querer utilizar legítimamente la vía pública sin temer por su integridad? Nunca he oído a nadie decir de un hombre (o mujer) que “iba pidiendo que le robasen” por salir a la calle con ropa cara, o que “iba pidiendo que lo asesinasen” por salir por un barrio conflictivo sin armas para defenderse. Pero la violada “iba pidiendo que la violasen” por atreverse a no ir escoltada y tentar a los hombres con su cuerpo libidinoso por el que los pobres agresores se han visto irremediablemente seducidos, no pudiendo contenerse.
Volviendo a la cuestión inicial, este vituperio de la mujer que pretende hacerla sentir culpable e inferior por incurrir en ciertas conductas sexuales que violan las expectativas de género tradicionales es conocido como slutshaming y, desgraciadamente, no es un comportamiento precisamente minoritario, ni siquiera entre los jóvenes. Gran cantidad de hombres y mujeres censuran a otras mujeres por vestir de forma “provocativa”, ser promiscua o “fácil”, mantener muchas relaciones sexuales, mostrar el pecho o los genitales, disfrutar de alguna práctica sexual fuera de lo común o privado (como realizar cybersexo, sexo en grupo, porno casero, prostituirse…), flirtear o hasta por masturbarse, como se ve en las numerosas imágenes y bromas que circulan por todas las redes sociales (1), (2), (3), (4),
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Por supuesto, huelga decir que un hombre que vaya en pantalones cortos y hasta sin camiseta por la calle no “va pidiendo” nada ni pierde un ápice de respeto, si mantiene muchas relaciones sexuales es un crack, si se desnuda en público es gracioso o valiente, flirtear mucho o masturbarse es de lo más normal y realizar porno, sexo en grupo o cobrar por sexo lo convierten en alguien admirable. El peso de la culpa recaerá siempre sobre la que “se abre de piernas”, que será aquella para la cual peligre su estatus de “mujer de verdad”.
Por último tenemos el popular concepto de friendzone. Para los que desconozcan su significado, hace referencia a una relación platónica en la que uno de los integrantes desea establecer una relación romántica mientras que el otro sólo está interesado en una amistad y, una vez establecida esa “zona de la amistad”, se supone que la relación suele estancarse ahí y es difícil hacerla avanzar hacia el romance. Cuando se habla de friendzone suele ser algo unilateral donde el hombre es amable y considerado esperando convertirse en novio de la mujer mientras que ésta sólo lo ve como un amigo y, a menudo, esas mujeres son culpabilizadas por no sentirse atraídas hacia esos amigos. Nuevamente son tachadas de zorras porque, según parece, las mujeres deberían venderse al mejor postor, en este caso al que sea más amable y caballeroso con ella, correspondiéndole con sexo. Si no premia ese “esfuerzo” que están haciendo por ser buenos con ella con algo más que amistad y/o se siente atraído por otro hombre sólo por su físico, es una completa zorra. Por supuesto, nadie menciona ni le importa que muchos de esos pobres luchadores caídos en la fatídica friendzone han tratado de ganarse a la chica por su atractivo físico, pues es perfectamente entendible que a un hombre sólo le interese una mujer por su físico, al fin y al cabo ¿a qué otra cosa podrían ellas a aspirar más que a ser un bello objeto? es sólo responsabilidad de éstas el vender el trofeo de su belleza al chico más cortés.
Y es por denunciar todo esto, por rechazar estos prejuicios y concederme el derecho de disfrutar libremente de mi sexualidad, que no veo lógico seguir renegando de un concepto con el que sólo pretenden acortar mi libertad so pena del ostracismo que implica su acusación. Porque antes de que nadie me lo llame ya lo afirmo yo: sí, soy una zorra, ¿y qué?