A menudo se habla de violencia de género como una agresión física o verbal de un hombre hacia una mujer, generalmente siendo su pareja o expareja sentimental. En primer lugar cabría mencionar que no siempre que un hombre agreda a una mujer el móvil de la agresión ha de ser el género, al igual que sí podría serlo, aunque se da en menor proporción y de distinta forma, en el caso de una mujer que agreda a un hombre. En cualquier caso, me remito a esto para señalar una condena del sexismo muy miope que ignora el porqué de todas esas agresiones, pues en una sociedad igualitaria la violencia entre dos sexos no se daría por cuestiones de género.
La violencia se ejerce de muchas maneras y en muchos casos no se presenta como un insulto, sino como un cumplido. Nuestra sociedad está dividida en dos grupos de personas con dos grupos de características complementarias y contrapuestas: los hombres como racionales, potentes, fuertes, valientes, estables, claros y seguros; las mujeres como emocionales, débiles, miedosas, inestables, retorcidas e inseguras, pero sobretodo bonitas. Las mujeres son “el sexo bello”, la decoración u objeto en contraposición al sujeto (hombre). Ellas son un cuerpo mientras los hombres son una mente, y esta identificación simbólica no ha cambiado mucho desde hace más de medio siglo, por mucho que la situación legal haya mejorado enormemente.
Una ojeada a los anuncios nos muestra una clara utilización del cuerpo femenino como reclamo erótico, mujeres reducidas a culos, piernas esbeltas, vientres planos o labios entreabiertos que saborean un producto con cara de placer sexual. Todos esos anuncios están dirigidos a un público masculino heterosexual, pero también a un público femenino heterosexual que proyecta en ellas una imagen ideal de sí mismas vistas desde ojos masculinos. Las mujeres no buscan así su propio ideal de personas, sino que quieren ser lo que los hombres quieren que sean, lo que buscan ver en ellas como obra artística u objeto erótico, esto es, las mujeres sufren socialmente una heteroidentificación. Además de esta cosificación erótica de la mujer es destacable la fuerte presencia de los estereotipos en ese y otros ámbitos como los dibujos para niñ@s, las revistas o incluso los periódicos, las películas o los videojuegos. Con respecto a esto último, Anita Sarkessian había creado un proyecto para denunciar los estereotipos de las mujeres en ellos, presentadas siempre con arquetipos como el de “compañera sexy” o “dama en apuros”, por el cual recibió numerosas amenazas y acoso por internet de formas diversas. Resulta también relevante la imagen que se desprende de las mujeres en las revistas “femeninas”, pues la información se distribuye mayoritariamente en relación a cuatro ámbitos: doméstico (decoración, cocina, limpieza), privado (belleza, cuidado del cuerpo), banal (cotilleos) y de relaciones (interpersonales, de pareja o familiares). Es especialmente remarcable este refuerzo de los estereotipos en las revistas femeninas para adolescentes, centradas en el logro de la belleza, la seducción y el romance, la moda y el sexo heterosexual. En las noticias y periódicos, aunque más sutilmente, la consideración inferior de la mujer también se hace visible con una mucho menor presencia especialmente en secciones de economía, política, opinión y sobretodo deportes, con una casi total invisibilización de las deportistas y los equipos femeninos. Esta invisibilidad de la mujer se hace también bastante patente en las películas con tres sencillas preguntas: el Test de Bechdel.
A esta invisibilidad, menosprecio y cosificación hay que añadir, por supuesto, otros importantes factores que complementan el caldo de cultivo de la violencia supremacista de género: la educación en el ideal del amor romántico como principal (o casi principal) aspiración en la vida de toda mujer, así como la indefensión aprendida resultado de las expectativas de su género: sumisión, comprensión, empatía, solidaridad, obediencia, abnegación en el cuidado de los hijos, pasividad, rechazo de la violencia...
Reducidas a objetos eróticos o floreros como guapas, mudas y prescindibles azafatas en numerosos programas-concurso, valoradas únicamente por el físico y escasamente por sus capacidades intelectuales, complementos del hombre y prácticamente invisibles en todo lo que representan actos trascendentes: ésta es la violencia de género, la violencia psicológica que origina la agresión física. Es un maltrato sutil que presiona a las mujeres a ser mejores floreros en vez de mejores personas: maquíllate, pues tus rasgos al natural son bastos; adelgaza, pues los kilos de más son humillantes, asquerosos y vergonzosos; depílate, pues tu vello corporal es de mal gusto y antihigiénico; ponte guapa, pues tu calidad humana se mide por tu capacidad de seducción. No hace falta verbalizarlo para que se dé un maltrato, pues la orden ya está encima de la mesa: la amenaza con la marginación social. Que el maltrato se personalice más explícita y duramente en un individuo concreto como pareja sentimental es sólo el último eslabón de la cadena, la punta del gran iceberg.
La violencia se ejerce de muchas maneras y en muchos casos no se presenta como un insulto, sino como un cumplido. Nuestra sociedad está dividida en dos grupos de personas con dos grupos de características complementarias y contrapuestas: los hombres como racionales, potentes, fuertes, valientes, estables, claros y seguros; las mujeres como emocionales, débiles, miedosas, inestables, retorcidas e inseguras, pero sobretodo bonitas. Las mujeres son “el sexo bello”, la decoración u objeto en contraposición al sujeto (hombre). Ellas son un cuerpo mientras los hombres son una mente, y esta identificación simbólica no ha cambiado mucho desde hace más de medio siglo, por mucho que la situación legal haya mejorado enormemente.
Una ojeada a los anuncios nos muestra una clara utilización del cuerpo femenino como reclamo erótico, mujeres reducidas a culos, piernas esbeltas, vientres planos o labios entreabiertos que saborean un producto con cara de placer sexual. Todos esos anuncios están dirigidos a un público masculino heterosexual, pero también a un público femenino heterosexual que proyecta en ellas una imagen ideal de sí mismas vistas desde ojos masculinos. Las mujeres no buscan así su propio ideal de personas, sino que quieren ser lo que los hombres quieren que sean, lo que buscan ver en ellas como obra artística u objeto erótico, esto es, las mujeres sufren socialmente una heteroidentificación. Además de esta cosificación erótica de la mujer es destacable la fuerte presencia de los estereotipos en ese y otros ámbitos como los dibujos para niñ@s, las revistas o incluso los periódicos, las películas o los videojuegos. Con respecto a esto último, Anita Sarkessian había creado un proyecto para denunciar los estereotipos de las mujeres en ellos, presentadas siempre con arquetipos como el de “compañera sexy” o “dama en apuros”, por el cual recibió numerosas amenazas y acoso por internet de formas diversas. Resulta también relevante la imagen que se desprende de las mujeres en las revistas “femeninas”, pues la información se distribuye mayoritariamente en relación a cuatro ámbitos: doméstico (decoración, cocina, limpieza), privado (belleza, cuidado del cuerpo), banal (cotilleos) y de relaciones (interpersonales, de pareja o familiares). Es especialmente remarcable este refuerzo de los estereotipos en las revistas femeninas para adolescentes, centradas en el logro de la belleza, la seducción y el romance, la moda y el sexo heterosexual. En las noticias y periódicos, aunque más sutilmente, la consideración inferior de la mujer también se hace visible con una mucho menor presencia especialmente en secciones de economía, política, opinión y sobretodo deportes, con una casi total invisibilización de las deportistas y los equipos femeninos. Esta invisibilidad de la mujer se hace también bastante patente en las películas con tres sencillas preguntas: el Test de Bechdel.
A esta invisibilidad, menosprecio y cosificación hay que añadir, por supuesto, otros importantes factores que complementan el caldo de cultivo de la violencia supremacista de género: la educación en el ideal del amor romántico como principal (o casi principal) aspiración en la vida de toda mujer, así como la indefensión aprendida resultado de las expectativas de su género: sumisión, comprensión, empatía, solidaridad, obediencia, abnegación en el cuidado de los hijos, pasividad, rechazo de la violencia...
Reducidas a objetos eróticos o floreros como guapas, mudas y prescindibles azafatas en numerosos programas-concurso, valoradas únicamente por el físico y escasamente por sus capacidades intelectuales, complementos del hombre y prácticamente invisibles en todo lo que representan actos trascendentes: ésta es la violencia de género, la violencia psicológica que origina la agresión física. Es un maltrato sutil que presiona a las mujeres a ser mejores floreros en vez de mejores personas: maquíllate, pues tus rasgos al natural son bastos; adelgaza, pues los kilos de más son humillantes, asquerosos y vergonzosos; depílate, pues tu vello corporal es de mal gusto y antihigiénico; ponte guapa, pues tu calidad humana se mide por tu capacidad de seducción. No hace falta verbalizarlo para que se dé un maltrato, pues la orden ya está encima de la mesa: la amenaza con la marginación social. Que el maltrato se personalice más explícita y duramente en un individuo concreto como pareja sentimental es sólo el último eslabón de la cadena, la punta del gran iceberg.