La mayoría de la gente afirma valorar la honestidad; sin embargo, las personas verdaderamente honestas no suelen ganarse la simpatía de muchos, ya sea porque a veces la verdad duele o porque te hace parecer demasiado poco vulnerable.
En efecto, no está socialmente permitido o bien visto que valores positivamente ninguna cualidad tuya o de algo que teóricamente te pertenezca. A lo sumo no estará mal visto que expreses una preferencia con respecto a algo tuyo del tipo “me gusta esto de mí/que he hecho” o bien lo compares con otras cosas de tu propiedad o identidad (“esto está mejor/ es lo mejor que he hecho/tengo”), pero en el momento en que afirmes algo en términos generales (“soy buena en/lista/graciosa/etc” o “mi libro es interesante/mi cuadro es bonito/etc”) no faltará quien te tache de arrogante o carente de humildad, al igual que si comparas algo tuyo con lo de otra persona, considerando lo tuyo mejor. Cuanto más valorada socialmente sea la cualidad que crees tener, tanto más arrogante serás considerada (nadie se escandaliza porque afirmes “soy muy bueno lanzando palillos”, pero sí con “soy muy buena escribiendo relatos”).
El problema no está en no dar cabida a los relativismos, como algunos reprochan ante esas afirmaciones. Nadie te considera arrogante por afirmar “soy feo/aburrido” o por decirlo en superlativo, incluso en superlativo absoluto (“soy el peor X del mundo”), cuando eso requiere mayor “imposición” de tu criterio que el simplemente afirmar, por ejemplo, “soy culta”, sin meterte en comparaciones relativas o universales (o incluso aunque digas “me considero culta” el problema sería el mismo).
La cuestión está en valorarte, en no mostrarte inseguro, de forma que los demás puedan verse intimidados por tu autoconfianza y virtudes, por sentir miedo a ser menos y a no tener el poder de construir ellos la imagen que tienes de ti mismo, ya que si tú misma te valoras la valoración de los demás pierde importancia: no necesitas reafirmarte constantemente en cada cumplido, en la aprobación de los demás con respecto a quién eres. Si tú te bastas, ellos sienten que sobran; por eso intentarán recuperar su dominio sobre tu autoimagen a base de reprocharte el afirmar casi todo lo positivo que veas en ti, depreciarlo (aun considerando lo que tienes/haces tan o más valioso que tú, y diciéndotelo en caso de que tú hubieras opinado lo contrario) y permitirte sólo ver lo negativo, valorando positiva y enternecedoramente como “humilde” todo autodesprecio. Cuando te hundas de nuevo vendrán a rescatarte, pero nunca dejarán que te levantes del todo, pues dejarían de ser necesarios.
Por supuesto, todo esto no va dirigido a nadie. No afirmo siquiera que la gente haga esto a propósito o conscientemente, sino simplemente hago un análisis social, una deconstrucción de unas pautas de comportamiento cultural.
En muchos casos a lo que esto lleva es o bien a la baja autoestima real o a la fingida (la falsa modestia) para mendigar elogios ajenos, ya que no podemos otorgárnoslos por nosotros mismos (o carecen de validez). No obstante, incluso aquellos que practican la falsa modestia (la inmensa mayoría de la gente en algún momento de su vida) forman a menudo parte de ese grupo de depreciación que sanciona al que se valora por sí mismo.
Mi conclusión y consejo es que trates de valorar tu opinión sobre ti misma como aprecias la ajena, pues ambas son igual de válidas. De hecho, en todo caso, será más importante la tuya, ya que eres la persona con la que has de convivir durante toda tu vida, por lo que más te valdría tenerte en cuenta para evitar que otros decidan por ti quién eres y debes ser.